Entradas Recientes
Lowell Brueckner

Ingrese su dirección de correo electrónico:


Entregado por FeedBurner

La simiente de Abraham

Etiquetas:


Gálatas 3:15-29


15. “Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade. 
16.  Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo. 
17.  Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa. 
18.  Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa.” 

Uno de los puntos principales que estoy intentando aclarar en este estudio bíblico es que no podremos entender las cartas de Pablo si no somos estudiantes del Antiguo Testamento. Algunos han oído que el Nuevo Testamento es para la época del cristianismo y que el Antiguo Testamento es de menos importancia para nosotros hoy. Quiero desafiar esta falsa suposición, porque es una mentira, y ninguna destacada autoridad sobre la Biblia me refutaría.

A menudo, pregunto a los oyentes o lectores: ¿Para quien creéis que fue escrito el Antiguo Testamento? Abraham solamente leyó las Escrituras acerca de la creación, el diluvio y la torre de Babel. Moisés supo hasta José como gobernador de Egipto; el establecimiento de la nación hebrea, su liberación de la esclavitud y su jornada por el desierto. David nunca estudió acerca de los profetas, ni mayores ni menores, e Isaías no sabía nada de la historia del cautiverio en Babilonia. Jeremías nunca leyó del regreso de los cautivos a su patria, ni de la reedificación del templo y la ciudad de Jerusalén. Ezequiel tampoco supo nada acerca de estos eventos, y nunca pudo estudiar los escritos de los últimos profetas, como Malaquías y Zacarías, por ejemplo.  

Pablo contesta perfectamente a mi pregunta: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Co.10:11), y “las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Ro.15:4). Si quieres, puedes estudiar también estos textos relacionados con el tema: Romanos 4:23-24; 1 Corintios 9:9-10; 2 Timoteo 3:16-17.


La predicación, las cartas y la doctrina de Pablo estaban firmemente edificadas sobre las Escrituras del Antiguo Testamento. En los versículos 15 y 16 tenemos más de lo mismo; es un pasaje muy interesante. Pablo escribe acerca de cierto descendiente de Abraham. Aunque el libro de Génesis a menudo se refiere a la posteridad o descendencia de Abraham en plural, nunca se refiere a toda la simiente. Por ejemplo, la promesa no era para Ismael, ni para los hijos de Abraham, nacidos de sus concubinas. Tampoco incluía a su nieto, Esaú.

En Génesis 3:15, cuando la Biblia habla de la simiente de la mujer, significa que un solo Hombre vendría y heriría la cabeza de la serpiente. Pablo pudo ver que Abraham también llevaba en él mismo una Simiente especial, que pasó de generación en generación hasta ser concebido en el seno de la Virgen María. Pablo sabía, por revelación del Espíritu Santo, que esta Simiente era Cristo.

Un pacto legal entre hombres, dice Pablo, una vez ratificado, nunca podrá cambiarse; nada podrá añadirse ni quitarse. La promesa de Dios a Abraham y a su Simiente es infinitamente más segura. Fue confirmada por la Autoridad divina 430 años antes de que la ley viniera por medio de Moisés. Los judíos creían que la ley estaba por encima de todo y los judaizantes pensaban que hacer las obras de la ley era necesario para la salvación: “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos” (Hch.15:1). Pablo declaró que, si un pacto entre hombres no puede cambiarse legalmente, entonces, con mucha más seguridad, la palabra de Dios no puede ser modificada ni anulada. Hasta el día de hoy, la promesa dada a Abraham sigue siendo válida y superior a la ley.

El evangelio le había sido predicado a Abraham. Lo que estos versículos están tratando es de la bendición de la salvación dada por creer a Dios; esto mismo les fue dado también a todos los que son de la fe de Abraham. Los judaizantes insistían en que el creyente tenía que guardar la ley, pero el apóstol, llamado y enviado por Dios y no por el hombre, aseguró a cada creyente que no es así. Pablo no permite que se introduzca ningún otro factor que altere la verdad; que la salvación es solamente por la gracia, por medio de la fe. El que incluye la ley en el asunto de la salvación está enseñando que la fe es incompleta y que no es suficiente. Pablo dice que, si la salvación viniera por la ley, entonces no podría ser por la promesa; él no puede permitir que los judaizantes ataquen la pureza de la promesa de Dios.

19.Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador. 
20.   Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno. 
21.  ¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera; porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley. 
22.  Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes. 
23.  Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. 
24.  De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. 
25.  Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo, 
26.  pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; 
27. porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. 
28.  Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. 
29.  Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa."

Pablo enseña que la ley es buena, por eso nunca debemos pensar de otra manera. A fin de cuentas, es la ley de Dios. Cuando Dios les dio Su ley, Moisés y los Israelitas tuvieron gran temor. Jesús exaltó la ley, demostrando que el espíritu de la ley no solamente trataba los hechos cometidos literalmente, sino que revelaba la condición del corazón de la persona, junto con sus pensamientos y motivaciones, más allá de las trasgresiones cometidas.  De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Ro.7:12). “Sabemos que la ley es buena” (1 Ti.1:8). La ley no compite con la promesa; sirven a propósitos diferentes. El judaizante, por no entender bien la ley, está causando mucha confusión.

Ahora, la pregunta es la siguiente: ¿Qué propósito tiene la ley? Anteriormente, en otro estudio, aprendimos algo importante: “Por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Ro.3:20). La ley es la única autoridad absoluta sobre la cuestión de lo que es o no es pecado. Warren Wiersbe comenta: “La ley es un espejo que nos ayuda a ver nuestros rostros sucios, pero el espejo no es un limpiador para el rostro”. La condición presente del pecador no es suficiente prueba de su pecado. No debemos decirle: “¡Fíjate qué vida tan miserable vives! ¿Ves cómo sufres y haces sufrir a otros?” No, tú tienes que apuntarle hacia la ley de Dios y decirle: “Esto es lo que Dios dice que debes o no debes hacer. No has sido obediente y, por eso, eres culpable delante de un Dios infinitamente santo. ¡Tu problema se basa en haber ofendido a Dios!” 

Pablo dice que la ley fue añadida por causa de las trasgresiones, y enfatiza este punto a Timoteo: “La ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina” (1 Ti.1:9-10. Al mencionar, específicamente, a cada tipo de pecador, demuestra cómo han sido quebrantados, en orden, los Diez Mandamientos).

Más que un pacto solamente con Abraham, la promesa le fue dada principalmente a su Descendiente; fue del Padre al Hijo. El trino Dios fue único en el establecimiento de la promesa, es decir, el pacto fue, enteramente, entre la deidad. Sin embargo, la ley vino por medio de un mediador; le fue entregada al pueblo por medio de Moisés y los ángeles también estuvieron involucrados; tanto elementos humanos como angelicales tuvieron que ver en ello. Por eso, Pablo enseña que la promesa es superior a la ley.

Sin embargo, no existe ninguna contradicción entre la promesa y la ley. Ambas colaboran para llevar a cabo el propósito de Dios. La ley no puede justificar al pecador, solamente le expone su pecado y le condena. La promesa justifica y vivifica al creyente que, con toda confianza, acude a la palabra soberana de Dios.

Toda la intención de la Escritura, tanto con la promesa, primeramente, y después con la ley, es para demostrar a ambos, tanto a judíos como a gentiles, que hay vida y bendición esperando al creyente, aunque éste sea prisionero del pecado. La ley les tiene cautivos dentro de los cuatro muros de una prisión. Además, ilustra por medio de una costumbre que los gentiles podían entender bien, lo del ayo o guardián de niños. El niño romano o griego, bien criado, era encomendado a un esclavo para que le criara, le protegiera y le disciplinara. El padre había dado la vida al niño, pero el esclavo era el que guardaba su vida. Pablo está diciendo al judío que su nación estaba bajo la ley para prepararla hasta la venida de Cristo.

El ayo era algo temporal e imperfecto. Ponía límites al pecado en la vida del pecador, y le protegía contra sí mismo y su verdadera naturaleza. Le guardaba para que no se destruyese, manifestándole la absoluta depravación de su naturaleza. Aunque le instruía y le disciplinaba, no podía detener su pecado.

Sin embargo, la fe es el camino perfecto a la vida y a la justicia. La fe libra del pecado, y el pecador, hecho justo, ya no está más bajo el ayo, que es la ley. Ahora, es hecho un hijo de Dios con una nueva naturaleza, que es compatible con la Suya. Esta nueva vida trae consigo un anhelo interior para la santidad.

El bautismo, en el versículo 27, no se refiere al bautismo en agua, sino a lo que representa el bautismo: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos” (1 Co.12:13). Es el Espíritu Santo quien nos sumerge en el cuerpo de Cristo. Esto nos hace pensar en el capítulo 2, versículo 20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado… vive Cristo en mí”. Esta es la vida y justicia cristianas, es decir, Cristo viene a vivir en nuestro interior: “Este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Jn.5:11-12).

El cristiano tiene que recordar que su raza, nacionalidad y estatus social, son secundarios. La característica predominante de su vida, ahora, es que él es un cristiano y que todos los hijos de Dios son sus hermanos. Cristo vive en él, pero también en todos los demás creyentes. En nuestros tiempos, no solamente tenemos que romper las barreras raciales, sociales y económicas, sino también las denominacionales. Por supuesto, sólo me estoy refiriendo a la unidad de los verdaderos creyentes de la Biblia, los que confían solamente en Cristo y han nacido de nuevo.

Pablo resume todo en el versículo 29. La promesa le fue dada a la Simiente, que es Cristo, y si tú le perteneces a Él, tomas posesión de la promesa y eres un hijo de Abraham por la fe. Eres heredero de Dios y coheredero con Cristo. ¿Le perteneces a Él? ¿Estás confiando solamente en Él para tu justicia, o todavía estas aferrándote a la auto-confianza, a lo que tú puedes lograr? ¿Te has rendido totalmente a Su señorío y a Sus derechos de propietario, para que no te consideres tuyo? ¿Has dejado el propósito de tu vida en Su mano, para que Él pueda usarte libremente y cumpla Sus planes eternos y celestiales?

Quiero terminar este estudio con algo más, algo que posiblemente tú también te estés preguntando; es sobre los santos del Antiguo Testamento. Sabemos que el evangelio le fue predicado a Abraham y que solamente hay un evangelio; el evangelio de Jesucristo. ¿Sabía Abraham acerca del sacrificio de Cristo? La respuesta es que sí lo sabía, como también lo supieron Adán y Eva, Abel y todos los creyentes del Antiguo Testamento que edificaron altares y sacrificaron corderos con sinceridad. Ellos esperaban por la fe al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn.1:29). Abraham fue más allá de su propio conocimiento humano y natural, al decir a Isaac: “Dios se proveerá de cordero” (Gé.22:8).

David vio con detalles a Cristo, desamparado en la cruz, con Sus manos y Sus pies horadados. Vio a los soldados echando suertes por sus vestidos, pero también le vio resucitado en medio de Sus hermanos (Sal.22). Isaías sabía que Él estaba cumpliendo el placer de Su Padre, cuando... “herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is.53)



0 comentarios:

Publicar un comentario